La ermita benisera de Santa Ana y don Carlos Torres Orduña

libro_santana(En el verano de 2013, un grupo de escritores, coordinados por el cronista oficial de Benissa, Joan Josep Cardona Ivars, publicamos un libro colectivo sobre el cuarto centenario de la edificación de la ermita de Santa Ana de Benissa. Aquí un  extracto de mi contribución).

“Ya no quedan grandes señores en la comarca. […] eran cada uno señor de veras: señor de los montes, de las aguas, de los caminos, de las alcabalas, del bien y del mal. Desde su heredad sabían lo que pasaba en Madrid. […] Su palabra era la voz del mundo”. (Gabriel Miro. “Años y leguas”. 1928)

No resulta empresa fácil −como se comprenderá de seguido−, pero mi amigo Joan Josep Cardona Ivars me pide unas líneas con las que glosar la figura de quien fuera propietario de la heredad de Santa Ana durante algo más de medio siglo: Don Carlos Torres Orduña, señor de veras. No contradeciré esta declaración sinfónica que antecede, la del mejor Miró, pues las palabras de su cita son también voz poética y remembranza de nuestra pequeña patria. “Ya no quedan grandes señores en la comarca”, escribía; desde luego que no en tiempos del autor, y hoy todavía menos. En nuestros días, la tierra es apaño y mercancía en manos de muchos logreros y oficiales que deberían ser carne de penal. La condición de señor en el pasado era cosa bien distinta: una condición de sangre que surgía desde la legitimidad telúrica que perpetuaban los frutos de la tierra, la riqueza y la propiedad, verdaderas cuestiones del Estado de Familia.

La tierra siempre fue el bien patrimonial preferido por la clase dominante, su base económica principal, su activo más valioso para ser legado de forma íntegra a través de generaciones. El carácter conservador del gran propietario denotaba un marcado inmovilismo a la hora de explotar su patrimonio. La preocupación principal radicaba en asegurar unos ingresos seguros y duraderos provenientes de las rentas agrícolas. Persistía en esta filosofía económica una tendencia mayor a preservar que a invertir y siempre fue poco dado el terrateniente a emprender negocios y actividades mercantiles que pudiesen suponer un riesgo o menoscabo del cuerpo patrimonial. Ocasionalmente se dedicaban al empréstito, bien garantizado el capital entregado al tomador con sus bienes raíces como aval. La tierra fue siempre un valor de casta, una fuerza motor y, acaso, la firme base del poder político.

Don Carlos, en Guadalest, junto a sus sobrinas Cabrera Abargues
Don Carlos, en Guadalest, junto a sus sobrinas Cabrera Abargues

No será éste el caso de nuestro personaje, Don Carlos Torres Orduña, hombre cuya huella en nuestra Historia comarcana denota una existencia discreta a pesar de los apellidos, alejada de la función pública y muy centrada en su familia y círculo de amistades. En estado de soltería, su vida transcurrió a caballo entre Valencia y sus posesiones de Benissa y Guadalest, muy dedicada a la administración de sus innumerables fincas, al préstamo y a la beneficencia.

El hacendado presentaba el perfil del hombre recto de ideas férreas que no generaba duda alguna. Su relación con aparceros y arrendatarios era condescendiente; su trato se confundía entre una exigente distancia para con sus deberes con él y una actitud benefactora que ejercitaba con una noble indiferencia. Consciente de su posición con respecto a los estamentos sociales a su servicio, precisaría del alimento de su virtud con el ejercicio religioso, quizá para acallar su conciencia con la limosna y las buenas obras.

No es que las tierras de Santa Ana fueran muy importantes por extensión, ricas y feraces, generosas en frutos. La orografía del terreno, bancal abrupto y barranquera, facilitaba cauces para las correntías que alimentaban pequeños huertos de premio modesto; el resto secano, solar de leñas, ideal para hacer carbón o engordar caleras. Asegura la memoria popular que Don Carlos Torres nunca pernoctó en la masía del lugar, acaso solía descansar en una cámara de la misma cuando se presentaba…

El amillaramiento confeccionado por el Ayuntamiento de Benissa en 1860 refleja que la familia Torres era poseedora de cuarenta heredades en el término con una superficie total de 1.619 hanegadas. No olvidemos que estas cabidas catastrales resultaban muy poco fiables y se veían reducidas oficialmente para beneficio fiscal de los interesados. En el capítulo de bienes urbanos la familia poseía en aquel año la titularidad de doce casas en las calles principales de la población, junto con seis grandes masías en el campo, corrales y apriscos. En el registro fiscal de 1893, Don Carlos Torres Orduña apareció reseñado como propietario de dos casas en la villa, sitas en las calles Constitución 1 y Mayor 7. También disfrutaba de casas de labor en el disperso, hasta seis: la propia Santa Ana, Canelles, dos en Orchelles, una en la Carretera y otra en el Ferrrandet.

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Dña Dolores Orduña con sus hijos, los hermanos Torres Orduña

En el valle de Guadalest Don Carlos era propietario de hermosas fincas: Ondara, regada con las aguas procedentes de la Font del Molí, ocupaba a tres familias aparceras. La masía contaba con una ermita que rehabilitó Don Carlos a principios del siglo XX. Ondarella, con agua propia y dos casas de aparceros, disfrutaba de  una magnifica bodega y cup; L´Aljovada, donde funcionaba una almazara con la que se transformaban las cosechas de los predios familiares; El Sabater, con su fuente preciosa de la que hoy bebe Guadalest, se hallaba explotada por un aparcero. No podemos olvidarnos de L´Hort, al pie de la subida al portal de la fortaleza, también regado con agua de la Font del Molí. En Calpe, destacaba del avalúo la Masía del Cocó, con su bellísima arquitectura de interminables arcadas.

En la búsqueda de una mejor suerte en mis pesquisas sobre la figura de Don Carlos Torres, encaminé mis pasos hacia la Casa Museo Orduña de Guadalest, cuyo archivo custodia mi buen amigo Juan Pedro Martínez Solbes, “benimantellut” de pro –no es insulto, es gentilicio−, gran conocedor del devenir histórico de La Vall. Juan Pedro me recibió como siempre, muy afectuosamente: compartimos el apego que despierta la complicidad investigadora. Joan Josep Cardona ya me había avisado de que el archivo histórico municipal de Benissa no conserva documentos concernientes a nuestro hombre, y andaba yo con la esperanza a cuestas de que los fondos de los Orduña albergasen alguna documentación personal que pudiese alumbrar aspectos interesantes de la vida de nuestro protagonista. Pronto caí en la cuenta de que no iba a ser éste el caso y de que el variado papel catalogado por mi amigo poco iba a aportar a la misión.

Inspeccionamos juntos los listados de fondos concernientes a Don Carlos y apenas encontramos algunas signaturas relativas a producción de fincas, pagos de contribución, festividades religiosas y poco más. Por las noticias de Juan Pedro supe que, en lugar sin determinar, podría conservarse un nutrido archivo familiar, lógica conclusión teniendo en cuenta la trayectoria personal de tan dignos próceres. Sostenía él que en los registros de la Real Maestranza de Caballería de Valencia debería de guardarse algún expediente de Don Carlos, maestrante secretario en el pasado. Nuestras indagaciones en la noble institución tampoco rindieron frutos.

La Real Maestranza de Caballería de Valencia fue creada en el año 1690 bajo el patronazgo de la Inmaculada Concepción. Se trata de la única Maestranza de las cinco existentes en España que combatió contra Napoleón en la Guerra de la Independencia, desde 1808 hasta 1814, como escuadrón de cazadores. En combate murieron cuatro caballeros y otros quince fueron hechos prisioneros. Para financiar dicho escuadrón durante la guerra, esta institución se vio obligada a vender parte de sus propiedades. En el seno de la entidad, nuestro hombre y sus caballeros cofrades mantendrían una activa vida social y se ejercitarían en el manejo de armas y caballerías.

Juan Pedro hizo alusión a un epistolario de Don Carlos, extraviado y disperso, de contenido íntimo familiar y con ejemplares en verso, cuya sola mención nos abocó a discurrir por el terreno de la anécdota. La memoria popular es rica en lo intrascendente y curioso. Contaba el archivero, por boca de los mayores de la fortaleza, que Don Carlos Torres solía apostarse en una pequeña habitación pegada a la Iglesia y, a través de su ventana, solía regalar una perra gorda a los niños de la calle. Yo le expuse la crónica de mi buen Vicente Tur “Chacal”, benisero de Canelles, fallecido en diciembre pasado a la edad de cien años. Vicente recordaba claramente a un Don Carlos Torres de su juventud en visita a la masía dels Horts, propiedad del señor, que por entonces laboraban los Molines. Traje y sombrero negros, estatura media y mucha educación, recordaba el Chacal de Don Carlos, “caballero descubierto ante el Rey”, honor que generalmente deslumbraba a los labradores por su distinción.

Casa Orduña de Guadalest. Salón
Casa Orduña de Guadalest. Salón

Juan Pedro me hablaba también de heredades y pleitos antiguos con cercanía extraña; me sorprendía que tratase a Don Joaquín de Orduña y Feliu como “Don Xoxim”, uno de los políticos provinciales más importantes del XIX. Lógicamente, mi amigo había rescatado esta familiaridad de la voz centenaria del pueblo y la usaba con todo afecto y naturalidad. Coincidimos en la apreciación de un carácter reservado en Don Carlos Torres Orduña. Calculamos que el Don Carlos comarcano resultaría bien diferente al Don Carlos valenciano, personaje que se integraba por temporadas en el sustrato social elitista y urbano de la capital. Mi amigo me ofreció todas las facilidades para poder fotografiar la imagen del Torres Orduña maestrante que acompaña este escrito, no sin antes mostrarme el soberbio daguerrotipo de un orduña militar, un ejemplar de los inicios de esta técnica, de gran valor.

Paseamos en animada conversación por las antiguas estancias de la hacienda, cuya restauración sintetiza su esplendor rural de antaño con los elementos nuevos del lenguaje arquitectónico. La biblioteca es magnífica, supera el millar de ejemplares; en ella descubrí un Madoz completo, primera edición, que me habría encantado hojear… Juan Pedro se mostró muy orgulloso de la colección: la considera muy estimable en su capítulo del XVIII y excepcional en el del primer tercio del XIX. Recorrimos juntos las habitaciones contiguas, de pesado ambiente y decoración, observando mobiliario, enseres y detalles de ornamento. Una espléndida colección de fotografías de época en la sala principal retrata a muchos de los personajes que hemos ido glosando en estas líneas. De sus rostros, aburridos, altivos, nobles o displicentes, sólo podría percibirse un atisbo opaco de solemnidad…

Mi cicerón, antes de despedirme, me regaló un original de “Los Mira: ciudadanos del inmemorial”, ejemplar de culto escrito por Antonio Sanz de Bremond y Mira en 1977. De este libro, página 131, copio el corolario: “Don Carlos Torres Orduña falleció soltero en Valencia el 19 de mayo de 1934”.

La vadero y fuente al fondo
Lavadero y fuente al fondo
fuente
Manantial de Santa Ana

Tras el grato encuentro retorné a mi sitio y a mis cosas. Este mayo de meteorología caprichosa había dispuesto para mí un mediodía de calma calurosa y luminosidad cristalina. Decidí acercadme a Santa Ana para poder impregnarme de todo ese espíritu que reside en lo intangible. Nunca había visitado el paraje y sentía la necesidad de comulgar con sus esencias.

Entre los cipreses y el fondo encantado de cruz arenisca concluyó la costera. Al deleite de la contemplación se sumó la llamada propia de la naturaleza. Las nobles piedras en la umbría, el canto alegre del agua, la caña, la palera y la zarza; los lirios muertos, las amapolas…. Don Carlos Torres debió de subir estas cuestas, beber de estas aguas, dormitar en las sombras…

Me senté sobre el murete del lavador, respiré dichoso, y busqué afanosamente una inscripción que pusiese fecha legítima a tan gentil universo. Pensé que para Gabriel, incansable decantador de bellezas, éste podría haber sido, perfecto y sin duda, “el lugar bien hallado”:

“Acabo de descubrir un lugar delicioso dormido entre los años. Ha sido sin querer, como algunos grandes hombres descubren lo que concretamente no esperaban descubrir; pero, al descubrirlo sienten la legítima alegría de haber acertado con toda su voluntad iluminada. Así acerté yo por la gracia de la revelación. Esa gracia no se recibe sin capacidad de sentir y aprovechar sus efectos, y entonces tan claramente nos pertenece lo hallado que bien podemos decir que se origina de toda nuestra conciencia”. (Ibídem)

One Reply to “La ermita benisera de Santa Ana y don Carlos Torres Orduña”

  1. […] Pel seu interés hem reproduït aquest article aparegut el 27 de maig de 2016 al blog de José Luís Luri […]

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