El 7 de enero de 2016, hace ahora año y medio, la Asociación Cultural Roger de Lauria dirigió un escrito al Ayuntamiento de Calp -en concreto a su Concejalía de Cultura- en el que informaba de la localización de tres antiguas picas, piques, basses, pertenecientes a dos fuentes de Oltá documentadas desde el s. XVIII. En esta comunicación se solicitaba una rápida actuación municipal dirigida a garantizar la protección de estos elementos, dado su estado de abandono, y en aras de su conservación por su valor patrimonial cultural, etnográfico y sentimental. El escrito de la asociación no ha obtenido respuesta oficial hasta la fecha.
La publicación de este artículo coincide en el tiempo con la exposición “Calp, fets d’aigua”, cita cultural que acoge la Casa Museo de la Senyoreta hasta el próximo día 6 de agosto. Según la oficina municipal de propaganda, se trata del “trabajo de un equipo multidisciplinar de especialistas (documentalistas, fotógrafos, diseñadores, gestores…), con objeto de recabar información histórica, seleccionar documentación… y que ha dado como resultado esta muestra”. Hemos visitado la exposición con sumo interés y renunciamos a nuestro derecho de opinión sobre ella.
Al tema.
Sabemos que desde tiempo inmemorial los montes comunales de Calp, destinados al pasto de ganado y recolección de leñas, se hallaban formados por las peñas de Ifac, Toix, Oltá y el Cepellar. Sospechamos que pudo existir una importante zona de dehesa o bovalar en el Carrió o en un paraje cercano a las Salinas, pero no podemos documentar su existencia. Este aprovechamiento colectivo, libre y gratuito, permitía a los locales apacentar ganados sin tener que abonar derecho alguno, a diferencia de los ganaderos forasteros que se veían obligados a hacer entregas dinerarias al municipio por número de cabezas y días de estancia. Estos enclaves fueron enajenados en distintas subastas públicas durante la segunda mitad del s. XIX, dentro del proceso desamortizador impulsado por Pascual Madoz.
Las cimas de Oltá formaron parte de los montes comunales de Calp −con una superficie de pastos cercana a las noventa hectáreas, hoy de propiedad privada− hasta su subasta pública en 1860. A pie de sus crestas se edificó una masía que podríamos datar a finales del s. XVIII. Se trataba de una casa de labor con corrales situada en la ladera del monte, a una altura de 325 m. sobre el nivel del mar. Dominaba desde su posición la bahía de Calp, entre el cabo Toix e Ifac, y las tierras del paraje de Ferranda-la Canuta. Una senda tortuosa comunicaba esta partida con el enclave de la vivienda. Hacia 1940 la edificación ya se encontraba en estado de ruina y apenas se conservan hoy algunos restos de muro de la casa y los corrales.
La vocación final de esta granja fue eminentemente ganadera. A 500 m. de la edificación se hallaba la Fuente de Oltá, de la Ermita Vieja o de Gargori; este antiguo recurso acuífero garantizaba un buen suministro de agua potable para el asentamiento humano en el paraje. Cavanilles, a su paso por Calp en 1793, hace referencia a la pobre calidad del agua de que se sirve la población, proveniente ésta del Pou Salat, y señala la existencia de la Fuente de Oltá y su idoneidad como alternativa de suministro para la población:
“El agua para el pasto común tiene el defecto notado ya en las de la marina; y aunque no léjos de la población nace otra pura en las faldas de un monte, no la conducen ó por falta de medios, ó porque se hallan bien con las que bebiéron siempre”.
Pascual Madoz, medio siglo más tarde, ofrece noticias concretas de su aforo: “tendrá ¼ de muela; y la de la ermita vieja sit. en el térm. de Calpe, á la mitad de la montaña Oltá, mirando al E. que saca la misma cantidad de agua”. La muela de agua es equivalente a doce pies cúbicos castellanos por un segundo de tiempo, por lo que calculamos que el aforo de la Fuente de Oltá podría regularse en unos 85 l./s, un caudal muy abundante.
El Padre Llopis refiere la existencia de una ermita, l’Ermita Vella, en el enclave de otra más antigua, situada en las faldas de Oltá. Esta construcción “cuadrada, con una pequeña puerta de herradura y bóveda esférica” tenía un pozo a su costado y existió hasta finales del s. XVII. De este testimonio apócrifo y de la memoria popular procede el topónimo. Esta fuente también se conoció como Font de Gargori, voz por derivación de Gregori, que era el sobrenombre de Gregorio Ivars Domenech: mediero que ocupó estas tierras montuosas hacia mediados del s. XIX.
Por otra parte, en la cara poniente de la sierra encontramos las Casas de la Mola. Esta denominación procede del nombre de lugar donde se ubican. El escarpado enclave es conocido por los despeñaderos y formaciones rocosas que dotan a las cimas del monte de una morfología de meseta. Esta denominación “Mola”, por origen y procedencia, se ha constituido en el apodo generacional de muchos calpinos originarios del lugar o relacionados con él por lazos humanos. El primer portador, el benisero Joaquín Ivars Costa “Mola”, se instala en este paraje junto a su familia a inicios del s. XIX.
Este núcleo rural se constituía en un pequeño grupo de viviendas, hoy prácticamente devastadas, que formaban un caserío; el conjunto se hallaba emplazado en una ladera montuosa, a poca distancia del deslinde con el término de Benissa y a 300 m. sobre el nivel del mar. Las pequeñas fuentes existentes en el paraje, de caudal temporal o permanente, garantizaban un abastecimiento óptimo para el desarrollo humano a pesar de la pobre calidad agrícola del terreno. La distancia a pie desde el lugar hasta la población de Calp podía cubrirse en el tiempo aproximado de una hora.
En este enclave, y hasta los años 60 del pasado siglo, subsistieron cuatro viviendas apiñadas, en formación de hilera y con distintos accesos acomodados a los caminos de la partida. Las edificaciones se distribuían en zonas de corrales y viviendas, con elementos comunes como cups, safareigs, hornos, establos, era de trillar, etc. La aldea cayó en decadencia a causa del abandono de las labores del campo y el traslado paulatino de sus habitantes, de edad avanzada, a la población. A pocos cientos de metros del lugar se ubicaba la Font de la Sorra, con su pica labrada en una roca que ya ha sido removida de su lecho y desplazada furtivamente por medio de algún sistema de tracción.
En el escrito dirigido al ayuntamiento, la asociación Roger de Lauria proponía a la concejalía competente que los servicios municipales procediesen a la retirada de estos elementos históricos para su custodia por su valor patrimonial; también apuntaba la posibilidad de alojarlos en el museo municipal o en otras dependencias del ayuntamiento. Además, la entidad sugería la limpieza y acondicionamiento de la Font d’Oltà, muy próxima a l’Ermita de Sant Francesc, iniciativa que, de ser factible, podría añadir un nuevo atractivo al bello entorno del paraje.