
Subimos a Terra Orella por un camino de mulo. Escribo subimos en tiempo pasado, porque ocurrió veinte años atrás, cuando uno encaraba los montes con cierta prestancia. Me habían hablado de una caseta allá en lo alto, de poca monta, que coronaba un tossal junto a una aparatosa torre de luz que marcaba el enclave desde la distancia. Nuestros informantes habían comentado que la humilde vivienda perteneció a un tal Joan del Tossal, hombre discreto y de bastante edad que se dejaba caer de uvas a peras por lo de Torrat. De esto hará medio siglo, largo, si es que no hace más.
Subíamos serpenteando bancales del XVIII y sin abandonar la senda calzada del macho. Un incendio reciente había dejado en los campos sus huellas de muerte. Las laderas del monte, con los trabajos de piedra seca de sus márgenes altos y sinuosos, presentaban la forma de una gran oreja que había acabado por dar nombre al paraje. Este fondo de valle debía de escuchar a fuer de absorber tanto eco. Abajo, junto al cauce del barranco, subsistía y subsiste hoy un corral de aire moruno que dicen de la Rosina.

La caseta de Joan del Tossal consistía en una edificación de una sola planta, de aspecto seco y vulgar. Su naya, devastada, sólo había podido salvarse por las esquinas. Detrás de este hito, descubrimos una serie de naves estrechas al raso, de utilidad desconocida dado el repertorio arquitectónico que presentaban. Campanas de ladrillo, hogares cegados, rocas en pila, huecos y recovecos, una jácena de almendro tronchada y un gozne de pino completo. Que fue cobijo de cabras era cosa innegable por su vocación de corraliza menuda. Dimos vuelta a las ruinas hasta que el motivo del viaje nos saltó a los ojos. En una piedra cantonera podía leerse algo así como “a… 1691”. Esta data de grafía desleída no nos pareció un capricho o dibujo del calcio, sino un vestigio legado por la voluntad humana. El constructor había decidido poner fecha a su obra; o a alguien le dio por recordársela.
Mi compañero y yo concertamos un “mutis” por si las moscas: vaya Vd. a saber si lo psicopático puede llegar a afectar a lo arqueológico. La investigación posterior reveló que la caseta de Joan del Tossal, además de pozo y era de trillar, disfrutaba de un aljub muy antiguo y un qanāt.
Hablaremos de este conjunto en “Masías, casas fuertes y otras cosas memorables”, nuestro libro de ya próxima publicación.