La epidemia de cólera de 1885 en la comarca

La epidemia del cólera de 1885 afligió a buena parte del territorio español. Su incidencia, especialmente intensa entre los meses de agosto y septiembre de aquel año, fue una réplica aumentada de la sufrida en el verano anterior. Durante el mes de agosto de 1884 y a pesar de las medidas gubernamentales, habían comenzado a hacerse patentes los efectos de una gran epidemia de cólera en algunos pueblos del sur de la provincia, en especial en poblaciones como Elche, Novelda o Monforte. Dos años antes, una circular del Gobernador civil de la provincia había alertado sobre la presencia de la enfermedad en Filipinas y el Mar Rojo, invasora invisible que un año después se instalaba  en los puertos franceses de Tolón y Marsella.

A finales de septiembre, el semanal democrático el Progreso de Xàbia, en un duro editorial, criticaba los inconvenientes causados por las disposiciones sanitarias de la superioridad y afirmaba que “si, como de público se dice, a la epidemia le han abierto las puertas los mismos encargados de hacer cumplir las leyes, efecto lógico de la inmoralidad administrativa de nuestra nación, no dudamos de que el gobierno castigará severamente a los culpables, lo mismo a lo que aquellas comprenden que a los que están encargados de hacerlas cumplir”.

Declarada oficialmente la existencia del cólera morbo epidémico en la provincia, fue publicado un plan de medidas de inmediata aplicación a ser observadas por las autoridades locales. Entre las principales disposiciones destacaban el aislamiento y fumigación de las casas donde ocurrieran casos, siquiera fueran sospechosos; la formación de las correspondientes juntas para la aplicación de auxilios, y la conminación a los distintos pueblos a que tomasen las debidas precauciones, y en lo que fuera posible a que se estableciera un punto de acordonamiento. Como no se pretendía con ello privar de la comunicación necesaria para el envío de socorros, se obligaba a los responsables públicos a establecer una zona central, hasta la que podrían llegarse los que procediesen del exterior. De esta forma, en ese punto se hacía entrega de la correspondencia, víveres y auxilios a otros receptores que sólo podían acercarse hasta una determinada distancia del cordón.

En una primera instancia, este paquete preventivo de medidas permitía el paso de correspondencia y algunas mercancías tras su saneamiento por fumigación, y establecía una cierta permisividad en cuanto al tránsito de individuos provistos de una tarjeta sanitaria, en función del punto de origen del que provinieran, según lo hicieran de puntos limpios, sospechosos o infestados.

Los lazaretos, habilitados a los efectos, constaban de dos zonas: una para los procedentes de lugares infestados, y la otra para los de sitios sospechosos; las cuarentenas se regulaban de siete u ocho días para los de la primera zona, y de dos para los de la segunda. En ambos eran de aplicación las fumigaciones y demás medidas de saneamiento. La autoridad valenciana, pocas semanas antes, y de acuerdo con el gobierno, había introducido medidas en el collado de Calp, estableciendo una línea divisoria hasta el puerto de Albaida. Fueron cuatro las compañías de infantería las que se unieron a la guardia civil concentrada en Denia para llevarlo a la práctica. El día 6 de septiembre comparecía en Calp el gobernador civil de Valencia para inspeccionar el Collado (El Eco de la Marina). Algunos días más tarde se reunieron en Denia los alcaldes del partido judicial para acordar las condiciones de instalación, financiación y sostenimiento de un lazareto en Calp.  Establecido el acordonamiento del Collado se dio orden de abrir fuego contra los individuos que lo violasen. La versión oficial establecía que la infestación provenía de Argelia. El día 17 de octubre se tomó declaración al personal del vapor Buenaventura, anclado en Altea, embarcación que cubría la línea que unía los puertos alicantinos con el de Argel para la gran cantidad de trabajadores emigrantes de la comarca. (El Progreso de Xàbia).

A partir del mes de Junio de 1885 comienza a experimentarse un aumento progresivo en el número de casos que afectan a distintas zonas de la provincia. Según informaba el diario La Tarde de Alicante: “Insistentes rumores y noticias que se tienen por fidedignas, señalan la presentación de casos sospechosos en gran número de pueblos, cuyos alcaldes nada han dicho aún oficialmente a la primera autoridad de la provincia. La enfermedad epidémica va salpicando de pueblo en pueblo, y mucho nos tememos que el afán de ocultar lo que ocurre de ocasión al desarrollo del contagio, sin que se aíslen debidamente los focos de infección. Los alcaldes de los pueblos deben tener esto en cuenta, y abandonar el sistema de ocultaciones que suele ser muy funesto. De otro modo incurrirán en grandes responsabilidades”.

Un telegrama, de misma fecha, recibido en la redacción de este periódico, advierte que la epidemia aumenta terriblemente; las familias pudientes han abandonado la población, hecho que impide abrir suscripciones para aliviar la miseria. El cable finaliza informando que se han solicitado hermanas de la caridad para la asistencia de los enfermos.  El caos sanitario es patente, pues ignorando las medidas que se dictan desde la superioridad, los responsables municipales introducen sus propias disposiciones. Las medidas fuertemente restrictivas eran evitadas por los consistorios, pues repercutían en el aprovisionamiento de las poblaciones y en el libre tránsito de personas y mercaderías. Por otro lado, las órdenes superiores que abrían la mano a situaciones permisivas eran desechadas por los ayuntamientos ante la presión popular que mostraba verdadero terror a ver propagada la epidemia por la falta de mecanismos de precaución. De esta forma, gobierno civil amenaza a los pueblos con el envío de delegados y fuerzas para respetar la observancia de las disposiciones gubernativas, llegándose a una situación de descoordinación y falta de comunicación entre los organismos provinciales y locales. Parece pues evidente que por estos motivos las políticas superiores lograban en todo caso el efecto contrario deseado. Ante este clima de temor y desconcierto los vecinos que habitan el casco urbano se apresuran a trasladarse a las casas de campo dispersas por el término.

El día 16 informa el diario: “La situación porque atraviesa la villa de Altea es horrible y desesperada, según carta que nos escriben de aquella población. El cólera produce unas 10 o 12 defunciones diarias por término medio; el día 7 fueron hasta 34. La epidemia se ha extendido por la comarca, y el hambre y la miseria hacen más víctimas que el azote del Ganges.  Y a todo esto ¿qué hacen las autoridades administrativas, todas ausentes, si no el señor Gobernador? ¿Para cuándo guarda el gobierno echar mano del fondo de calamidades? Rogamos a nuestros colegas de la capital y de la Corte exciten el celo del Gobernador y gobierno respectivamente para que a aquellas desgraciadas poblaciones se le den recursos oficiales.” (El Progreso).

En estas circunstancias los lazaretos comarcales se encontraban habilitados en dependencias abarrotadas de afectados, deficitarios en cuanto al número de personal asistencial y sin comodidad alguna para aliviar el rigor de las cuarentenas.

Una circular publicada en la Gaceta y emitida por el Ministerio de Gobernación dicta nuevas reglas para regularizar el sistema preventivo y de desinfección ante los trazos alarmantes que cobra la situación.  Los puertos de Calp y Altea son declarados “puertos sucios”, ordenándose que las procedencias sospechosas sean sometidas a tres días de observación de la carga contumaz y las sucias despedidas al lazareto correspondiente. Otra disposición de la superioridad prevé que los gastos de instalación de almacenes de espulgo, fumigación y ventileo sean costeados por las diputaciones, ayuntamientos y comercio interesados.

La belicosa epidemia supone una dura experiencia para los responsables municipales. En julio, el diario la Tarde informa de que “la mayor parte de las personas constituidas en autoridad en Teulada, han huido del pueblo tan pronto como se han dado los primeros casos de cólera”. En Calp, en este histórico momento, ejerce de alcalde Francisco García Mulet, “El Señoret”, auxiliado por su teniente Miguel Pastor Roselló, y como pastor de almas y refugio espiritual de contagiados el rector alteano Félix Llorens Baldó.  La Junta local de sanidad estaría formada por el propio alcalde como presidente, el médico titular, el practicante Jaime García Avellá, el cura párroco, y dos o tres vecinos.

Mucho nos tememos un desenlace fatal del médico de Calp en tan desgraciados momentos pues se verifica el traslado a nuestra población, pocas semanas después, de don Francisco Tomás Alberola, quien el 20 de julio se encontraba auxiliando a los enfermos del Campello. Sobre él glosa el diario la Tarde: “El joven médico don Francisco Tomás y Alberola, que por indicación del señor Gobernador Civil pasó al Campello en donde la enfermedad reinante ha causado muchas víctimas, está prestando meritorios servicios en aquella partida, y según noticias de origen fidedigno, su excelente método de curación ha salvado un gran número de enfermos que se hallaban en grave estado. Tenemos mucho gusto en hacer públicos estos hechos, tanto más cuanto en este país se mira con la mayor indiferencia, por parte del gobierno, los actos de abnegación de estos verdaderos y esforzados héroes de la caridad”.

La junta local de sanidad de Calp aplicaría una serie de medidas cautelares tomando en consideración las dos principales vías de contagio: la ingestión de aguas contaminadas y la inhalación de vapores o emanaciones miasmáticas. En un primer lugar, sería imperativa la limpieza y rociado de las calles de la población con aguas salobres, para lo que se utilizarían los caudales del Pou Salat y de pequeños pozos próximos a la mar. Dejaría prohibido el tránsito de ganados por el casco urbano y proximidades para evitar los excrementos animales y sus emanaciones. Atención especial requerirían las mesas de mercado, con un estricto control sobre los artículos de origen local –carne y pescado- y sobre los introducidos desde otras plazas tras salvar la inspección de los cordones sanitarios. La proximidad del cementerio al pueblo, en la zona conocida como glorieta, también sería fuente de medidas de precaución, entre ellas destacaría la prevención de enterramientos, disponiendo una profundidad superior en las huesas y la cobertura con cal de los cadáveres.

Los antecedentes prueban que la belicosidad de la epidemia fue mayor en las poblaciones con amplias zonas de regadío, como es el caso de Altea. Resultaba crucial, imperativo en todo momento, poner coto al peligro que representaba el agua en la propagación de la enfermedad. La fuente y pozo del Pou Roig, instalados apenas siete años antes, suponían un aprovisionamiento de buena calidad por la potabilidad de los caudales, aunque quedarían sujetos a continuas inspecciones por la junta, y a la prohibición del uso del lavadero por su efecto de estancamiento de aguas. Focos de preocupación serían también los embalsamientos de caudales en el Barranc Salat y Saladar, que obligarían a muchos vecinos con casas de campo colindantes a abandonar las mismas y a instalarse en lugares más seguros. El abastecimiento de las casas por medio de aljibes de recogida de aguas pluviales garantizaba la seguridad higiénica para muchos vecinos, aunque la psicosis generalizada abocaría a su hervido previo al consumo. No debemos de obviar que las inclemencias atmosféricas habían sido especialmente duras en el invierno de 1885, con fríos intensos y heladas, acompañadas de lluvias continuas y riadas durante la primavera.

La alcaldía constitucional de Calp se vio obligada a emitir los llamados “pases de salud” que a modo de salvoconductos permitían a los individuos presentarse ante los cordones de seguridad de otros pueblos con especificación expresa de su lugar de origen, destino y permanencia. Intuimos que en estos momentos la situación en Calp se encontraría relativamente controlada, recayendo la mayor preocupación de la junta en la vigilancia estricta de las entradas al término. Dada la proporción del contagio en localidades limítrofes, la huida de afectados hacia nuestra población podía constituirse en la amenaza principal para la propagación del mal.

A los efectos de prevención, la Junta obligaba a los vecinos a establecer guardias obligatorias por los caminos, dispensados por pago de una cantidad, mientras se giraba un reparto “voluntario”, 25, 15 y 5 pesetas, para hacer frente a los gastos ocasionados por las medidas extraordinarias. El antiguo acceso por el Collado de Calp, el nuevo puente del Mascarat, los caminos del Barranc Salat, viejo de Benissa, de Teulada y Moraira, del Quisi, contarían con guardias de vigilancia compuestos por efectivos de la guardia civil y vecinos.

El puerto de Calp también sufrió los efectos restrictivos del alerta sanitario. Un director de sanidad, con una pequeña embarcación y tripulación a su servicio, inspeccionaba los buques antes de proceder al visto bueno de atraque y descarga. Todas estas operaciones se encontraban sujetas a tarifa, y en los casos de sospechosa procedencia, los gastos de las fumigaciones o remisiones al lazareto correspondiente eran facturados a los afectados.

La prensa comarcal y provincial cubre ampliamente la evolución de la epidemia con frecuentes referencias y recomendaciones en cuanto a síntomas y profilaxis. Los informes médicos remitidos a los organismos oficiales son reproducidos en los diarios a pesar de su complejidad técnica. Así el diario la Tarde publica distintas monografías relativas a las prácticas de tratamiento. En un amplio dictamen concluye el diario: “todo médico epidemiólogo debe llevar permanentemente consigo un botiquín que contenga un frasco de trescientos gramos de la disolución de fenato de quinina, y seis más de cien gramos cada uno, con las preparaciones de curare, morana, pilocarpina, estricnina, éter sulfúrico y nitrato de cloral. En el mismo botiquín debe llevar seis jeringas de Pravaz para usar cada medicamento, siempre con una misma jeringa”.

No faltan las recomendaciones para poder detectar los síntomas de la enfermedad y su prevención doméstica. Así, al primer vómito o escalofrío, o a la segunda o tercera deposición líquida, se instruye al sospechoso a darse una friega general de alcohol o licor de vino, taza caliente o copa de aguardiente, y a permanecer en cama con mucho abrigo hasta alcanzar un sudor copioso. No deja de ser curioso el remedio que aconseja la ingestión de una jarra de agua cristalina con cuatro claras de huevo batidas, en la proporción de una por cada cuartillo, y bebidas por un cortadillo cada cuatro horas. También se apunta que la habitación en que se halle el enfermo debe encontrarse limpia, seca, y con escaso mobiliario para evitar el hacinamiento.

El diario la Tarde, en el mes de junio, se hace eco de las declaraciones efectuadas por el Dr. García Solá, miembro de la comisión oficial, publicadas en el Día de Valencia, en las que afirma “Ataca el mal de preferencia y casi en absoluto a las gentes mal alimentadas, los síntomas no son muy pronunciados, rara vez se observan las abundantes deyecciones de los coléricos de otras épocas, hasta el punto de haber costado a la comisión no poco trabajo al principio recogerlas para su estudio microscópico; los vómitos son poco numerosos; los calambres no muy intensos. Sola la algidez, el frío, es el síntoma que no ha variado; la reacción en la mayoría de los casos imposible, y la cifra proporcional de defunciones resulta superior a la de otras epidemias… el aspecto de los cadáveres es característico: la demacración, la cianosis y el hundimiento de las órbitas.”

El mismo diario, en dos ediciones de julio, informa de los estragos de la epidemia a través de la corresponsalía de Altea: “es esta población una de las más castigadas de la provincia, la mayoría del vecindario abandonó el pueblo desde los primeros momentos de la epidemia, habiendo quedado unas 800 personas, entre las que se cuentan 380 defunciones, cifra enorme comparada con la población. Las condiciones del vecindario han mejorado mucho con el donativo del señor Thous y las mil pesetas del fondo de calamidades, que han servido para mitigar el hambre de los pobres.” Estos datos pueden confirmar el alto motivo de preocupación que supondría para la población calpina los tristes avatares de la villa vecina dada su proximidad.

Los índices demográficos que exponemos a continuación son lo suficientemente expresivos. Durante el período 1877-1887, Calp cuenta con un crecimiento vegetativo de su población del 10,2%; Benissa, del 8,2%; Teulada, del 2,7%; y Altea , del –1,3%. En cuanto a los efectos de la epidemia en Calp,  número de defunciones y afectados, carecemos de información o referencia alguna. Sólo podemos apuntar, por una breve reseña aparecida en el diario la Tarde, el fallecimiento, víctima de la enfermedad reinante, del maestro sustituido de Calpe, don Gaspar Zaragoza.

Hemos querido investigar la incidencia de estos tres duros meses de lucha contra la enfermedad en la vecina población de Benissa, a través del borrador de sus libros parroquiales de difuntos. En ningún caso la causa de muerte de los fallecidos se determina por la enfermedad del cólera morbo, y se alude a otros motivos, enfermedad sospechosa, calentura tifoidea, calentura gástrica, intermitente perniciosa, disentería o gastroenteritis. Los calificativos de enfermedad sospechosa o reinante son usados comúnmente para calificar un mal del que no se desea ni pronunciar el nombre. En muchos de estos casos los asientos parroquiales señalan que los individuos interfectos no han contado con el servicio de entierro.

Creemos ilustrativo el establecer los números comparativos de fallecidos de la población benisera en el cuatrimestre junio a septiembre de diferentes años. En 1880 son 34 los difuntos, 36 en 1884, 31 en 1892, y en el año de la epidemia, 1885, 104. No sería muy aventurado concluir que la enfermedad reinante llegaría a afectar al 1-1,5% de la población vecina. Dado el similar crecimiento vegetativo señalado en el decenio 1877 y 1887 para las poblaciones de Benissa y Calp, y si aplicáramos estos índices de mortalidad benisera de 1885 al vecindario calpino de la misma época, el resultado arrojaría un número de 20-30 defunciones para el mismo período en Calp. Estos cálculos sólo pueden ser considerados como especulativos, pues la incidencia de la enfermedad podía variar sustancialmente de una población a otra por diversidad de motivos.

 

2 Replies to “La epidemia de cólera de 1885 en la comarca”

  1. Pascual Orts Anton dice: Responder

    Estimado Jose Luis, gratamente sorprendido al leer el trabajo que sobre la epidemia de cólera de 1885 en la zona de Calpe, Altea , Benissa…..(Marina Alta) y leyendo la minuciosa y detallada crónica que realizas , y siendo así que estoy en periodo de trabajo de confección de una publicación sobre la epidemia de cólera morbo en 1885 en Santa Pola, en la cual se dio la histórica circunstancia de ser una de las tres únicas poblaciones (Cambrils, Ondara y Santa Pola) donde se autorizó por la autoridad municipal y Junta de Sanidad local el que se procediera a aplicar la inoculacion preventiva anti colérica, conocida como “método Ferrán “, me gustaría poder intercambiar aspectos sociales y sanitarios que durante dicha epidemia se produjeron y su intento de atajar la epidemia por los métodos que se creían efectivos o cuando menos profilácticos.
    En el caso de Santa Pola si disponemos de loa acuerdos de las actas municipales y de los datos regístrales de los certificados de defunción con la clara definición de de la causa”colera morbo”.Por lo que sería muy interesante para el trabajo que estoy elaborando poder contactar e intercambiar opiniones, puntos de vista e información .
    Atentamente,Pascual Orts Anton

    1. Muchas gracias, Pascual, me pongo en contacto contigo por vía privada. Saludos

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