Garrofes

Garrofer en Oltá. 1995
Garrofer en Oltá. 1995

En julio de 1949, la Junta de la Hermandad de Labradores y Ganaderos de Calp elabora un documento sin precedentes conocidos: el Censo de Cultivadores de Garrofa. (Sic). Son 251 los productores calpinos que presentan su declaración jurada en la que detallan el número de algarrobos que poseen, su producción estimada y los parajes donde los ubican. Finalizada la Guerra Civil, las hermandades de labradores confeccionaban censos, de productores, de cereales y olivo especialmente, para el cálculo del 20% de la cosecha obtenida, cupo forzoso a entregar en tiempos difíciles y de necesidad a las inspecciones de abastos.

En octubre del mismo año, el consistorio calpino presidido por José Ramón Bernabeu y ostentando el cargo de secretario don José Soler Mayor, presenta a la Comisaría de Recursos de Levante, los datos estadísticos que arrojan un producción total de 82 toneladas. El ayuntamiento, por medio de la hermandad de labradores local, se compromete a gravar la producción con un cupo del 30% que, prorrateado entre los cultivadores, será entregado a la inspección.

A finales del siglo XVIII, el botánico Cavanilles regulaba nuestra producción de garrofa en unas 38.000 arrobas, lo que en proporción a los datos que manejamos, cifraría el número de algarrobos calpinos en su tiempo en unos 2.375 pies. Un siglo más tarde, en 1898, la Dirección General de Contribuciones estima en 390 hectáreas la superficie cultivada de algarrobo, un 17% del término, explotación agrícola principal de Calp. En 1996 la Consellería de Agricultura deja en 18 hectáreas el área ocupada por este cultivo, absorbido el suelo por la eclosión del fenómeno turístico residencial.

Si en tiempos pretéritos la garrofa había formado parte de la dieta humana −aún hoy alguno debiera ser devotos de su ingesta diaria−, su decadencia va paralela a la del ganado de labor del que es base alimenticia. La mecanización agraria trae consigo el mayor genocidio conocido de burros y machos. Desgajados sobre barrancos y desniveles pedregosos, los garrofers más vetustos todavía nos deslumbran por sus carnes rugosas, reventadas, y por sus brazos generosos de sombra fresca para el sufrido labrador en el pasado, y de acogedora umbría para el feliz repantigado en el presente.

Según la relación del censo mencionado, a mitad de este siglo localizamos en Calp un total de 3.992 garrofers que producen una cosecha estimada de 20 kilos de garrofa por pie. Los diez principales cultivadores son, a saber: doña Matilde Feliu Frígola, Baronesa de Rogel: 250 algarrobos localizados en la Casanova; Pedro Tur Giner: el ti Pere «Águeda», 100, en el Carrió-Cometa; María Ribes Ribes: 86, la tía María « l’Empedrola», arrendataria de esta finca del asilo de Benissa; Juan Bautista Crespo Femenía: 70, localizados en la Canuta; Miguel Femenía Baydal: 69, el ti Miguel de «Joaquina», en Oltá; Juan Perles Martínez: 65, el ti Joan del «Plá», mediero del Pla de don José Feliu; Pedro Tur Ribes: 60, el ti Pere «Cosentari», en la finca de María Jorro del Cosentari; Francisca Ivars Ortolá: 58, en la finca del Cocó; Pedro Ivars Ribes: 57, el ti Pere «Violí»; y Antonio Cabrera Tur: 54, el ti Toni «Poldo», aparcero de las fincas de los Javaloyes en Benicolada. Por parajes el mayor número de pies lo encontramos en Oltá-Barranc Salat con 990 unidades, 439 en el Carrió y 354 y 339 en Garduix y La Canuta-Toix respectivamente

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