“Inglaterra no tiene amigos permanentes ni enemigos permanentes. Inglaterra tiene intereses permanentes”. Esta frase lapidaria pertenece al acervo intelectual del pragmático Lord Palmerston, Henry John Temple (1784-1865), primer ministro británico en dos ocasiones y Gran Maestro de la Masonería Inglesa durante décadas. En 1846 ocupa la cartera de exteriores en el gobierno presidido por Lord John Russell y ese mismo año cosecha un fracaso importante al no poder impedir el matrimonio entre Isabel II de España y Francisco de Asís de Borbón. Esta boda real supuso la ruptura definitiva de la entente cordial entre Inglaterra y Francia y determinó el apoyo de Palmerston al partido liberal progresista español.
A comienzos de 1848, los movimientos revolucionarios europeos dan lugar a la llamada “Primavera de los Pueblos”. En Francia se instaura la república mientras en España quedan suprimidos todos los derechos constitucionales por el gobierno de los moderados en prevención del levantamiento social. Tras las revueltas progresistas de marzo y mayo de aquel año en Madrid, instigadas por la masonería inglesa y española, el jefe del gobierno español, general Narváez, expulsa al embajador británico[1] y rompe formalmente las relaciones con Gran Bretaña. Algunos de los contactos de campo para la conspiración británica se producen en nuestras tierras. En Calp se aborta el desembarco de un importante cargamento de armas y municiones servidas por Inglaterra el 16 de mayo[2]. La brutal represión ejercida por nuestro conservadurismo gobernante abre un período de terror, persecución y muerte del que daremos buen testimonio en su momento. (Ver, a pie de este escrito, la carta de un masón desde prisión pidiendo clemencia. Abril de 1848)[3].
“Inglaterra tiene intereses permanentes”. Esta declaración imperial de Lord Palmerston resulta perfectamente actual y no ha perdido sentido ni vigencia. La convocatoria de un referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea parte de la decisión británica de consolidar sus intereses, identidad y soberanía política, por encima de cualquier proyecto de vocación europeísta, de diseño franco-alemán esencialmente, sobre el cual no ostente alguna forma de control.
Ante esta evidencia, el observador debe preguntarse: ¿por qué el poder político británico –hablamos del “status quo” que de facto controla, entre otros ámbitos, el mundo financiero internacional– auspicia la celebración de esta consulta con la asunción de que un resultado aparentemente imprevisible puede acarrear serias consecuencias para sus intereses?
¿Desde cuándo los asuntos gruesos en geopolítica son derivados al juicio democrático de los ciudadanos de a pie? Habrá quien piense que la convocatoria del referéndum del “Brexit” es una buena prueba del grado de madurez alcanzado por la democracia británica que antepone los derechos políticos de sus súbditos a cualquier otra consideración; habrá también quien estime que esta cita consultiva no es más que un mero trámite para legitimar movimientos estratégicos urdidos en la sombra por una instancia superior.
Sólo caben dos conclusiones tras una consideración previa. Deberá de existir una total certeza sobre el signo final de la consulta en el corazón del Poder y por ello la apuesta alternativa, por la ruptura o por la consolidación de la construcción europea, se somete gratuitamente a la criba de la voluntad popular a través del instrumento propagandístico de la consulta.
El resultado del referéndum del “Brexit” nos puede ofrecer una clara pista que nos permita vislumbrar si el proyecto europeo, ruinoso y decadente (pincha aquí), se encuentra en un proceso de implosión controlada, o bien dirigido hacia una nueva fase programada de mayor integración y concentración de poder en manos de las élites de la Unión.
Palmerston pretendió para España la consolidación de su monarquía en tiempos revueltos: una monarquía moderna[4], nunca una república, tan alejada de los gustos de los naturales y de la propia tradición británica. Esta misma discusión sobre el sistema político a reivindicar generó fuertes divisiones y enfrentamientos en el seno del Gran Oriente Español y debilitó la acción subversiva de la organización.
Con su política de enlaces matrimoniales, Lord Palmerston aspiró a la unión de las coronas británica y española en detrimento de la hegemonía francesa y en aras del control del Mediterráneo[5]. La injerencia de Palmerston en los asuntos de la España de mediados del siglo XIX derivó en sonados fracasos que tuvieron consecuencias sobre la incipiente Masonería Española que comenzaba a reorganizarse.
No existe hito histórico de cambio e importancia que no haya sido fruto de una maquinación. El verdadero Poder no es secreto ni discreto; el verdadero Poder ejercerá su autoridad con suprema eficacia siempre que los ciudadanos permanezcan ajenos a su existencia y encerrados en su ilusión de libertad.
[1] “Brexit” de Sir Henry Lytton Bulwer (1801-1872), embajador británico en España, francmasón, Gran Maestro de Turquía bajo los auspicios de la Gran Logia de Inglaterra (Pincha aquí).
[2] Operativo dirigido por el “Mayorazgo Cendra” de Pego, Alicante, en conexión con destacados miembros de logias madrileñas.
[3] Carta de un francmasón inglés, naturalizado español, dirigida a un amigo intermediario del gobierno.
[4] La Constitución moderada de 1845 consagra la soberanía compartida. El término de soberanía nacional desaparece del texto y el artículo 12 establece que la potestad de hacer las leyes reside en las Cortes con el Rey. Inglaterra abogaba por reinstaurar la soberanía de la Nación, principio de la ideología liberal.
[5] Preocupación británica constituía la posible salida marítima de la Rusia de Nicolás I. El Imperio Ruso fue conocido en aquellos años como el “Gendarme de Europa”.
Aquest tipus d’articulo no el llegeix ningú. El borreguisme generalitzat no està interessat en aquestes delicadeses