La pasión humana por la música no ha conocido tiempo ni circunstancia, siempre ligado el bello arte a nuestra condición de forma natural. Además, los distintos instrumentos y en especial la voz del hombre han sido vehículos eficaces para la manifestación de estados de ánimo o de los procesos psicológicos y cognitivos que generan la composición e interpretación.
Un siglo atrás, nuestros antepasados estaban exonerados por la Providencia del acoso y azote de la televisión, la tecnología punta, los “mass media”, y los conglomerados comerciales de la Red que hoy condicionan el mercado musical como todos los demás. El primer gramófono no aparece en Calp hasta la segunda década del siglo XX, importado por un emigrante local en su retorno de Estados Unidos.

La música empapaba la vida cotidiana con espontaneidad: durante sus quehaceres los campesinos y marineros entonaban antiguas melodías de tradición popular casi de forma inconsciente, contando sus historias cantadas, memoria de sus gentes y tesoro de su ciencia, y los escasos momentos de ocio también propiciaban la ocasión para la práctica de estas expresiones, siempre ajustadas al entorno cultural de la comunidad y al status social del individuo.
Para las clases más favorecidas los estudios musicales suponían una distinción, un símbolo de condición. Las casas de los más pudientes disfrutaban de “piano alemán” en el salón, con el que los niños hacían sus primeros pinitos estudiando el manual de solfeo de Don Hilarión Eslava adiestrados por maestros particulares. Los avances de los retoños se celebraban en las veladas íntimas familiares en las que no faltaba algún aventajado artista de la localidad.
Pocos pianos alemanes habrían en el Calp de principios del siglo XX, por no decir ninguno, entre las contadas casas que se podían permitir este artículo dentro de su estilo de vida. En las clases populares de nuestra población se sentía una verdadera devoción por los instrumentos de púa, la bandurria o el laúd, la guitarra, el violín, y por supuesto la dulzaina y el tabal, útiles relativamente fáciles de obtener y que no precisaban de una ardua práctica para su dominio.
La Dulzaina que conocemos en la actualidad, es parte de la herencia que la cultura musulmana ha dejado en nuestras tierras, y tiene las mismas características que la chirimía, instrumento típico de igual origen. Además, todos estos instrumentos componían el mejor acompañamiento para los bailes y festejos populares, (polkas, mazurcas, rigodones), acompañados en ocasiones por banda de música, y siempre ataviados los danzantes con la indumentaria adecuada de la época.
Afamado nombre ostentaban los dulzaineros de Callosa d’ Ensarriá, habituales en las festividades de la comarca, aunque no faltarían en Calp virtuosos charamiteros.
Algún tipo de agrupación debía de existir en nuestra villa con muy contados instrumentos. Las de cornetas eran muy usuales y dotaban de gran brillantez las públicas celebraciones.

Benissa contaba en 1905 con una banda uniformada de 45 músicos, dirigida por Diego Crespo Ginestar y Eduardo Bordes Crespo; habitual en todo tipo de eventos de su vecindad, entre sus obras de repertorio figuraban fragmentos de las óperas Cavalleria Rusticana, el Anillo de Hierro, Marcha triunfal de Aida, u obras sacras como la Misa del maestro Salvador Giner. La temprana muerte de Don Diego supuso un definitivo revés para la supervivencia de la sociedad musical.
El casino, por falta de teatros o salas a este fin en la mayoría de los pueblos, era el lugar indicado para las veladas musicales a las que acudían los vecinos asiduamente a disfrutar de los espectáculos ofrecidos por artistas locales o de la comarca. En ocasiones se acondicionaban pequeños auditorios móviles para la celebración de cortas temporadas líricas a cargo de modestas compañías ambulantes.
En el mes de Enero de 1905 son dos las compañías de zarzuela que se presentan en el pueblo de Benissa, y no faltarían calpinos a sus representaciones en un tiempo en que el teatro lírico español: la zarzuela, levantaba verdadero furor entre los públicos. Los libretos, de argumento sencillo, planteaban historias amorosas y temas costumbristas, en los que sobresalía la intervención de los actores o cantantes cómicos por encima de las cualidades vocales de los solistas.

La Torre del Capitán Cabrera contaba con un pequeño teatro particular en la que actuaba la compañía del barítono Pablo Cornadó, dirigida por el maestro director Don Juan Fernández. El repertorio que presentan durante sus diez días de estancia en Benissa incluía las zarzuelas “Tela de Araña”, “Término medio”, “Picio Adam y compañía”, “Gallina Ciega”, “Un pleito”, “Música Clásica”, “Salsa de Aniceta”, “Una vieja”, “Por Asalto”, “Viva mi niña”, “Torear por lo fino”, “La sordera”, y otras.
Estas obritas del género chico que hoy nos resultarían infumables, eran representadas en lotes de dos o tres títulos por velada, convirtiendo los eventos en jornadas interminables. Estas compañías líricas se anunciaban con caracteres rimbombantes cuando eran en realidad muy humildes empresas compuestas por un grupo de coristas de unos 16 miembros de ambos sexos, cortas orquestas que normalmente debían completarse con músicos de la localidad, y se presentaban con una sencilla puesta en escena.
Los solistas se doblaban en las distintas cuerdas para dar descanso a los “renombrados y distinguidos divos y reputadas tiples”. Así, de estas representaciones se destacó la actuación de la tiple Virtudes Fernández: “bonita y graciosa señorita, monísima en escena y de voz muy agradable»; o al tenor Francisco Martínez: “muy simpático y que agrada mucho al público”. Con todo, el resultado de la temporada fue apoteósico, a un precio de entrada que no excedería los diez céntimos. La prensa local así lo atestigua:
“Dados los llenos que el Teatro obtiene, a pesar de sus malas condiciones, cabe pensar en dotar a esta población de un edificio construido expresamente para teatro, lo que al fin tendrá que hacerse”.
Se refiere la crónica al teatrillo provisional instalado en la carretera de Benissa, en la que actuaba la compañía que competía artísticamente con la emplazada en la Torre del Capitán.
El “Coliseo-salón” del Capitán Cabrera se había convertido en un referente cultural para los muchos melómanos locales, suponemos que adscritos a su ideología política, y por ello, frecuentemente, ofrecía veladas musicales, bailes de salón y pequeñas representaciones teatrales a las que acudían más de un centenar de personas. Estos eventos se presentaban como la ocasión idónea para que su hija, la señorita Sara Cabrera de la Vega, demostrara sus habilidades al piano interpretando valses y polcas.
En Marzo de 1902 acoge su salón de Villa Amelia las actuaciones del “notable pianista” Don Francisco Capó Cabrera y la “eminente bandurrista” niña Remedios Sánchez, “concertistas sumamente aplaudidos por la prensa alicantina”. El repertorio ofrecido se compuso principalmente de “fantasías” de muy conocidas óperas.
El acto se repite algunos meses más tarde con los mismos intérpretes, a los que se les sumaron destacados músicos locales, Don Salvador Font Cabrera, Don Eduardo Bordes Ginestar y el violinista Don Melchor Salvador Cardona. Estas crónicas de sociedad recogidas en las publicaciones locales demuestran el gusto de estas familias notables por las obras clásicas, y al placer de reunión y audición, se unía el encuentro propicio y trato social con eminentes correligionarios distinguidos de pueblos vecinos. No faltarían a estos eventos algunos representantes liberales calpinos de acomodada condición como Don Felipe Jorro o Don Domingo Marín, amigos asiduos del Capitán.
Torres Orduña, residente habitual de su finca “El Olivar”, también mantendría habituales veladas musicales para no ser menos. La ópera italiana despertaba gran devoción, y los escasos cantantes de la zona participaban en numerosas “noches líricas” contratados por los pudientes propietarios de la comarca. Distinguida fama ostentaban los tenores Salvador Civera de Pedreguer y Francisco Doménech de Ondara, formados en Denia.
Ambos cantantes presentaban un repertorio eminentemente italiano, en el que destacaban arias de dificultad vocal pertenecientes a óperas como Cavalleria Rusticana o Tosca.
El estilo de canto de esta época difiere muy sustancialmente del actual. La irrupción de la escuela verista en la composición y argumentos operísticos no había dado al traste con la tradición belcantista de épocas anteriores, proclive a los efectos de agilidades y filados. Los cantantes interpretaban las obras con una gran afectación, almibarados, con pausas y remilgos, aderezando las piezas con portamentos y florituras vocales hoy inapropiados.
Se sentía una especial predilección por las voces con vibrato muy corto –Bernard Shaw escuchando al gran Gayarre afirmaba oir cantar a una cabra–. El verismo abrirá las puertas a un nuevo tipo de canto por la demanda de una mayor intensidad vocal para potenciar el dramatismo de los temas y “pasar” la voz sobre la fuerte orquestación.

En agosto de 1891 había nacido en Denia –aunque en realidad el parto se produjo en alta mar, entre Orán y Altea– el que será gran tenor histórico de La Marina sin parangón, el llamado “Piccolo Caruso”, Antonio Cortis. Antonio debutaría en el año 1916, en el Teatro Español de Barcelona, interpretando el papel de Cavaradossi de la ópera Tosca de Puccini, extendiéndose en un tiempo record su fama por sus magníficas condiciones naturales intrínsecas, elegancia en el canto, color de voz y extensión del registro agudo.
Hasta su muerte, acaecida en Valencia en 1952, Cortis residirá en su villa natal, tras haber visto su nombre encabezando los principales carteles de los templos operísticos del mundo, Civic House de Chicago, Covent Garden londinense, Colón de Buenos Aires o Scala de Milán.
[…] Pel seu interés hem reproduït aquest article aparegut el 18 de juny de 2016 al blog de José Luís Luri […]
I hui (2020) Calp té un auditori on pot dur-se a terme una programació cultural com toca, i Benissa ranqueja amb un saló d’actes on falta de tot.
(L’enhorabona per l’article!)
Muchas gracias por tu comentario, artista.
hola José Luis
recién llegado a vivir en Maryvilla comienzo a investigar sobre sus orígenes y descubro tu blog. Gracias a tus crónicas voy conociendo la historia y avatares de este lugar maravilloso que hemos elegido para vivir.
Evidentemente descubrir el costado “malo” de estas urbanizaciones respecto de la flora y la fauna, sus espacios naturales y los atropellos a la vida silvestre hace que me quiera sumar para poder aportar y dar algo al lugar que nos recibe y acoge. Por ello te pido si puedes orientarme dónde uno puede anotarse como voluntario para tareas de limpieza o conservación, si es que los hay. Leer en Calpedigital que el Puerto BLanco había vuelto a ser concesionado y que las tareas de reconstrucción iniciarían en marzo 2021 me llenó de alegría para luego leer el reclamo porque no inició, no cumplen los plazos y el abandono sigue…ese es un lugar dónde muchos voluntarios podríamos hacer diferencia, verdad?
te dejo un abrazo
Hola, Germán.
Muchas gracias por tus comentarios. Te contesto en privado.