Corría el verano del año 1866 cuando el periódico “La Época” de Madrid, en su apartado de noticias generales, se hacía eco de un espantoso crimen cometido en Calp. La breve nota rezaba así:
“–Escriben de Calpe, provincia de Alicante, que en una casa de campo inmediata a dicha villa ha sido hallada la dueña horriblemente degollada, teniendo todavía un cuchillo en la mano.
Según parece, dos días antes fue a casa de un pariente por dos velas, que se han encontrado encendidas al lado del cadáver, habiendo desaparecido del pueblo la infeliz que tan trágico fin ha tenido; se la buscó por todas partes y al penetrar dos mujeres en su casita de campo, quedaron horrorizadas al ver en medio de un charco de sangre a la anciana, cuya cabeza estaba completamente separada del tronco”
Esta escueta reseña encierra todas las características de un microrrelato macabro, pleno de silencios a ser llenados por la mente activa del lector. No existe memoria en la población de tan execrable crimen. Un mutis de sepulcro sella la voz popular ante estas desgracias, ya no por virtud de la discreción o la prudencia, sino por una prevención atávica destinada a alejar la iniquidad o la mala fortuna. Siempre han existido asuntos de los que mejor no hablar. Aún hoy, delitos de sangre ocurridos en nuestra vecindad, relativamente recientes y bien documentados, deberán esperar el paso de tiempo necesario para que su divulgación histórica resulte totalmente inocua.
La prensa de aquel tiempo recogía estos sucesos en un anecdotario reservado a suscriptores de lectura rápida. Los diarios de entonces, de hoja caduca por sus contenidos fugaces, terminaban por servir sólo para hacer basura o envolver pescado. Con el fin de su efímera existencia también morían las noticias, si es que éstas no quedaban confinadas al olvido sin plazo de un material de archivo.
En el pasado, la ruta hacia la luz de estos sucesos surgía de una mirada casual al periódico oxidado, al legajo o al mamotreto. Más que buscar, el curioso incansable “escarbaba y acaso encontraba”. Pero la revolución tecnológica que vivimos ha facilitado nuevas vías de información al investigador de un modo irrefrenable y democratizador. Finitas serán estas fuentes, es un suponer. A golpe de tecla, los buscadores informáticos que bucean por archivos y hemerotecas permiten tener acceso hoy a un patrimonio universal de conocimiento: el clásico ratón de biblioteca ha sido sustituido por el avezado navegante de la red.
Quizá no sabremos nunca quién asesinó a la anciana calpina de las dos velas encendidas. 150 años se cumplirán este mismo verano desde el fatal desenlace. Lo más probable es que no lo averigüemos nunca y que este testimonio hallado termine por formar parte de una miscelánea cruel.

Siguiendo este hilo de dolor y sangre, podemos añadir que el Institut de d’Estudis Comarcals concedió el pasado julio el primer premio de investigación Antoni Lluis Carrió al periodista Toni Reig por su obra “Históries de crims i criminals de la Marina Alta (1844-1932)”, una interesante recopilación de quince hechos reales en un tiempo en el que la legislación española contemplaba la pena de muerte. El libro está acompañado por las ilustraciones de dieciséis artistas vinculados en su gran mayoría a la comarca.
Reig recoge en su colección un crimen cometido en Calp en 1889. Un caso extraño y desconcertante ocurrido en la partida de Les Bassetes, junto al mar. Lo trataremos nosotros en este espacio y en el futuro.
Con esta obra, bien documentada, Antoni Reig pretende rescatar una parte de la memoria oral de la historia negra de la Marina Alta.