
José Cambrils Sendra (Pego, 1948), “Pepe Cambrils”, publicaba el pasado noviembre su “Arquitectura Rural 2015 a la Vall de Pego”, un catálogo de doscientos elementos arquitectónicos de su término municipal que recoge las casas de labranza, viejos riu raus, masías y corrales, sin olvidar otros relativos a la cultura del agua: pozos, acequias, chimeneas, motores, etc. Todo este conjunto conforma el rico patrimonio rural pegolino circunscrito a su mundo agrícola y ganadero: un acervo de alto valor referencial, etnológico y sentimental.
Nadie mejor que Pepe Cambrils para acometer estos trabajos. Gran conocedor del territorio y su paisaje, el importante trabajo de campo a realizar sólo podría haber sido desarrollado por un “hombre de la tierra”, alguien preocupado por la protección y recuperación de las señas de identidad que se materializan en la anatomía pétrea de estas construcciones en decadencia. A este perfecto conocimiento del medio rural se unía la autoridad profesional de Cambrils por su larga trayectoria como maestro de obras especializado en la rehabilitación de viviendas y edificios históricos. De estos trabajos de su autoría podemos destacar la rehabilitación de la torre campanario del convento de los PP franciscanos de Pego.

Con apenas dieciséis años de edad, Pepe comenzó a trabajar como peón de obra. Durante treinta y dos dirigió la Cooperativa San Vicente Ferrer, entidad dedicada a la construcción. El Ayuntamiento de Pego le otorgó la medalla del mérito profesional en el año 2002 como premio a su extensa y sobresaliente labor profesional en el sector.
El trabajo de catalogación desarrollado por el autor ha resultado largo y minucioso. Cada elemento cuenta con un testimonio gráfico y con interesantes noticias que se centran en la localización del inmueble, su referencia catastral, datación histórica, tipología constructiva y estado de conservación. La alquería del rico y la caseta del pobre. El chalet del burgués y la corraliza serrana. La ruina irrecuperable, el artefacto ingenioso: el sorprendente despliegue de estructuras atractivas, funcionales, con sus singularidades constructivas o artísticas, componen un universo peculiar que apenas sobrevive bajo la amenaza de la innovación, las transformaciones físicas y la desmemoria.

La labor investigadora de Pepe Cambrils, tan necesaria, es altruista y se adscribe al activismo cultural de quien no vive de la cultura y sólo sirve a ella. La autoedición de la obra y su difusión han encontrado la respuesta merecida de un público lector que ha agotado las existencias. Aportación primordial la suya, que abre puertas para nuevos trabajos de técnicos y estudiosos de nuestro patrimonio histórico y arquitectónico; regalo impagable para muchos pegolinos y pegolinas que han encontrado en las páginas de Cambrils las trazas entrañables de lugares del pasado y tiempos ya vividos.

Esperamos para el próximo otoño [publicado en diciembre de 2016] una nueva publicación de su firma, la que se denominará “Arquitectura Urbana 2016 a Pego”. El autor, en esta ocasión, se centra en la catalogación de edificios singulares de la localidad, y de muchos de sus elementos constructivos, tras ofrecer un estudio sobre la evolución urbana de la villa desde la época romana. El interesante recorrido se extenderá hasta los años setenta del pasado siglo, época en la que se planifica la expansión del casco, se ejecutan obras e instalaciones públicas de importancia y otras construcciones características que han dejado una profunda impronta en la actual fisonomía de la población.

El amigo Cambrils, íntimo y cercano, pequeño terrateniente de hanegadas y huertos dispersos, es también agricultor de esfuerzos comedidos. En nuestros tiempos la tierra da como siempre, pero, si no media la suerte, su producto se va en jornales. Mayo es tiempo de cerezas y toca subir a Benirrama para cogerlas. Algunos días de fuerte calor de invierno han arruinado la cosecha de este año. Pepe tiene la tierra en “Les Ombries”, en la ladera de una sierra preñada de pequeñas fuentes, “cocons”, ruinas moriscas y hermosos andurriales.
A sol saliente, sobre un cerro, descubrimos los restos del castillo musulmán de Gallinera, con sus murallas y dos recintos ajustados a la cota del terreno. Al frente, la sierra bronca de La Solana, levantada sobre un abrigo de grafiti rupestre al que se llega después de atravesar un profundo barranco que en su tiempo fue río bebido por tres molinos de los que existen huellas. A poniente queda Benirrama, lugar de antigüedades donde esperan fonda amable y mesa de delicadezas.

De los bancales de cerezos, a tiro de piedra, se hallan los restos de un despoblado cuyo nombre no recuerdo y que dice Pepe que fue alquería de moros. Allí parece descubrirse en una baja murada desmochada, junto al camino, una suerte de tronera. No sé… Cerezas, desde luego, encontramos pocas y muchas reventadas, como sajadas, que ni verdes ni maduras. Las más dulces, por pequeñas, tienen muy mala venta; el personal paga y come con los ojos. Los bancales de arriba cuentan con varios pies de frutales de secano. Todos aparecen con sus frutos en ciernes, como promesas de otoño. Pepe, que lleva un «bacaret» mañanero a cuestas, se enciende un caliqueño y aspira hondo; asegura que estos frutos serán para octubre y que volveremos. Amén. Entre enciclopédico y toponímico da nombre a todas las crestas y hondos del valle. Yo le digo que lo prepare para el 17; que lo escriba.








